jueves, 30 de julio de 2009

Costumbres argentinas de decir NO

Sí. Era evidente. Su vida era, a la perfección, perfecta. Nada le faltaba, nada le sobraba. Ella y su padre compartían cada instante de sus vidas juntos, ya que luego del terrible accidente, solo se tenían el uno al otro. Desde que el sol salía, hasta abrumadoras horas de la noche no se separaban, no exageraría si digo que hasta dormían juntos, aunque separados por una especie de biombo. Él conocía hasta sus más íntimos secretos, ni siquiera la dejaba sola cuando llevaba algún chico a la casa, que, mal que le pese, siempre terminaban por cansarse de esa permanente custodia que le imponía, casi sin querer.

Los años pasaban, y ellos crecían, mientras él se hacía viejo ella estaba en la flor de su juventud, transformándose en la muchachita más bella de todo el pueblo. Su padre no paraba de observar como, con una continuidad increíble, se mandaba cartas con diferentes enamorados, o mejor debería decir, ‘pretendientes’. Hervía de furia cada vez que el cartero tocaba el timbre a la mañana con un pilón de cartas tan sólo para ella, dejándole a él las expensas y demás deudas.

Comenzó a no soportar este hecho, ni tampoco que fueran a diario diferentes chicos a visitarla, sólo para saludar –ya que él no los dejaba pasar más lejos que el umbral de entrada- o aquellos que de noche, lo sorprendían. A los veinte años de su hija, él se puso estricto. Le exigió que pasara más de su tiempo junto a él, y que todo hombre ajeno a él mismo tenía prohibida la entrada a esa casa por al menos, un par de años. Comenzaron a terminarse sus salidas nocturnas, sus salidas diurnas… se terminaron todas sus salidas. Con orgullo, él la despertaba cada mañana con un desayuno abundante, del que ella ya ni probaba bocado. El color rosado de sus mejillas terminó por tornarse blanco pálido.

Sí. Con certeza se podía decir que su vida nunca fue tan perfecta como ella la creyó, estaba viviendo en una burbuja cristalina, que lo único que podía hacer era decir que no, que no a todo lo que la llenaba de vida, de alegría, de amor… Vio que su propia vida perfecta, estaba ahora reducida a pedazos, tan sólo pedazos de aquél teórico maravilloso sueño, aquél cuento encantado en el que ella vivió… Que terminó por convertirlo en su mundo de negación, en el mundo en el que ella nunca quiso vivir, del que quiso alejarse por completo y terminó por absorberla-

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