sábado, 22 de octubre de 2011

under the sea


Una y otra vez, y otra y otra, y todavía más. Daba vueltas en unos irregulares círculos sin encontrar dónde caer muerto. Sólo quería para sí un entierro, pero en aquél lugar eso parecía hasta imposible. Nunca caía a tierra por mucho que lo intentara, su incesante vaivén lo mantenía ahí, bien cerca de la estratosfera mirando hacia abajo con algo que se asemejaba a la nostalgia. Empezaba a familiarizarse con la sensación de flotar que tenía en la planta de sus pies. No se decidía si eso le gustaba o no, era tan extravagante y fuera de lo natural que se sentía único en el mundo.

Ya no oía el exterior, ninguno de ellos dos. Sentía sumergida su cabeza en un enorme recipiente, cual astronauta, sólo que no prescindía de él para subsistir. Era un limbo bajo tierra, bajo agua, debajo suyo. Formulaba palabras pero ninguna tenía sentido, balbuceaba sin cesar, y César no estaba... y lo había esperado. Ya se quería ir, sin importar el diámetro que su giro tomase eso estaba lejos de ser un desacelerador. Al contrario, más se alejaba del centro más rápido viraba, más rápido se movía todo en derredor. Ya ni siquiera podía ver con claridad.

No oir. No ver. Sólo restaba no entender, ¿no? Pero ésa era la base del problema. La comprensión del lugar en que estaba, yendo y viniendo sin ganas, sin un fin que fuera digno y fino. Era un viaje (por no decirle vuelo) de ida, volver significaba conectar uniones desmosoma con la gravedad, contra quien lucha sin cesar, que sigue sin llegar.

Y era difícil atar a quien lo único que quería era escapar, cual barco en altamar, ausente de una buena ancla para amarrar a algún lugar. Exhaustiva fluidez, velocidad que iba adquiriendo conforme deseba deshacerse de ella.

Ataduras, huh! Pero si este pececito en el medio del mar no puede subir ni bajar, entonces cabría la posibilidad que un hilo lo estuviera atravesando de par en par, casi una soga para la ropa.

miércoles, 31 de agosto de 2011

time to time

 '... I have become comfortably numb.'

 
El tiempo que pasa, las cosas que cambian, el mundo que gira y gira… cuando quise darme cuenta, las manecillas del reloj habían avanzado sin que el cambio se sintiera, fue tan sutil, tan vivaz que no se pudo imaginar que en aquel lapsus habían transcurrido tanto como dos horas, y media. Saltó de la cama, para variar, y para variar aún más se fue sin desayunar, con un rápido ping pong en el baño, cepillo, dientes y cara con una descomunal velocidad. Corría sin sentido por una calle llena, haciendo de cuenta que en realidad no había nadie y las personas por entre las que pasaba eran simples imágenes especulares de su propia figura desalineada, sólo que no podía reconocerse, y para colmo había obstáculos en el camino (razón por la cual iba saltando, agachando y arrastrándose por doquier). En vano se apuró porque el semáforo ya estaba parado en un rojo parpadeante, y no tenía intenciones de cambiar. Tamborileó sus dedos en el aire, simulando sostener algo entre sus manos, siguió corriendo aunque ya ni siquiera sabía a dónde dirigirse; ya era tarde y las agujas del reloj no querían dejar de moverse. Pensaba para sus adentros que si tan sólo pudiera tener entre sus dedos el reloj de Bernardo, esto nunca le hubiera ocurrido; así fue como, riendo entre dientes, continuó el camino, colmada de una frustración incomparable y una determinación: llegar sea como sea. 
Llegada a destino, como por arte de magia, las agujas se detuvieron. Asustada miro alrededor, en busca de indicios de movimiento, de indicios de vida. Dudó, pero estaba en lo cierto… No los encontraba. El viento ya no soplaba moviendo ávidamente las copas de los frondosos árboles, ni las manos podían sentir esa brisa invernal discurriendo entre sus dedos. El sol, allá estaba, alto en el medio del cielo (pero si recién eran las once, ¿cómo subió tanto?) centellaba sus rayos por donde encontraba huecos a través de los cuales podía filtrarse; todo estaba teñido de un color ámbar, un ámbar tan dulce como la flor en primavera, como la miel. Esta sensación la embargó desde lo más profundo de su alma, llenándola de unas intensas ganas de llorar, de llorar y de reír al mismo tiempo. Esta dicotomía se presentaba tan fuerte en su interior que se manifestó con un fuerte aullido, que despertó, de pronto, al mundo entero y todo aquel que caminaba por Aranguren se volteó para mirar… Para mirarla a ella en realidad.
Sacudió la cabeza. Miró para todos lados, como si ella también buscara a ‘la loca de los gritos’, ya estaba. Ya había pasado. Suspiró. Llenó su cuerpo de aire ‘fresco’, y continuó. Ya estaba allí, ya era tarde pero no obstante insistía con seguir. ‘Nunca es tarde’ pensaba para si misma… hasta que sí, es tarde. ‘A menos que…’ nuevamente estaba siendo invadida por la idea del reloj, sabiendo a ciencia cierta que eso era imposible, o quizá sólo era improbable. Mientras deambulaba por la vida sin más, seguía sintiendo como el tiempo le iba pisando los talones, pero aunque volteara infinitas veces jamás lo encontraría en sus espaldas. En un psicótico momento de frenesí creyó que alguien la seguía. ¡Ahora ya eran dos! Bueno, ella, el tiempo y ese espectro que la seguía… ¿O no la seguía? Como fuera, lo único que sí sabía con certeza es que ese algo del que sabía que no sabía nada la estaba retrasando aún más. Sonrió de coté. Se decía en susurros que ya se estaba pareciendo a su vecina, esa que vive enfrente rodeada sólo de sus fotos… Se rió una vez más y al fin se decidió por entrar, poniéndose una máscara de porcelana, la mejor sonrisa ‘Colgate’, alisó su tapado color café y… no, no; había algo en su cara que no le caía bien: sus ojos de ‘hola, si, ¿qué tal? Acabo de levantarme y no me di cuenta’. Corrió escaleras abajo hasta el subsuelo para encontrarse con el baño atestado de parásitos que no la dejaban llegar a los lavaderos. Suspiró, ya no reía más… ahora rezongaba. Finalmente entró, lo más disimuladamente que pudo; tiró a su paso la única mesa que se encontraba en el salón, atrayendo un poquito de atención. No podía ser más, que al dar dos pasos se enganchó la suela de su bota rota con la punta de la pata de una silla tumbada en el suelo. Ahora eran más los ojos de lechuza que en ella se posaban, sonrió con timidez haciendo de cuenta que no escuchaba los susurros y risas burlonas de los demás bancos NO tumbados. Después de cómo cien vueltas más que dio el reloj sobre su eje se sentó. Este pensamiento le recordó a la tierra que gira sobre su eje… De inmediato se obligó a dejar de dejarse distraer, a dejar de dejarse ir por ahí a deambular por los infinitos pasillos de su enmarañado cerebro, casi tan enmarañado como tenía el pelo ahora. ¿Por qué no se había peinado? 
¡Y ves! Una vez más, luego de haber empezado el árbol de los pensamientos era un sinfín de idas y vueltas, de buscar cuál era la rama más alta, pasando por las ramas más fuertes y gruesas, viendo, de paso, donde colgar la tela para dejarse caer por el resto del día… O por lo menos el resto del día que debía pasar allí luego de la ‘humillación’ al mejor estilo papelón que había desplegado antes de tomar asiento. Así es como, cansada de ir y venir por el laberinto de su jardín, se cansó y volvió al inicio, pensando por tercera (¿o era ya la cuarta?) vez en el hermoso y deseable reloj que solía ver en su infancia. Qué tipo más ingenioso al que se le ocurrió hacer ese programa. Hasta atinó a buscarlo en google.
Intentó concentrarse, pero de verdad, la clase se iba de tema de lo aburrida que era. ‘porque la drogodependencia…’ ya lo había oído todo. Ahora tenía un nuevo desafío, antagónico al primero: hacer que las manecillas del reloj simplemente avanzaran, pero que avanzaran de veras…
Modo piloto: ON. Sus ojos estaban abiertos y se movían con suavidad, simulando activa atención… Su imaginación volaba por donde podía, ella se iba riendo de cómo esquivaba las de sus compañeros, todos estaban juntos en un mar de almas desalmadas, y aburridas claro está.
El mundo que gira y gira, y sigue girando y nunca va a dejar de girar. Que ironía que se le presenta, al verse sumida a una rutina desde la cosa más básica: el regular transcurso de la noche a la mañana, de la mañana a la noche y así una y otra vez, escaparle a la rutina es casi peor que escaparle al tiempo. De hecho, ni siquiera éste puede escapársele… las 12 de la noche, las 12 del medio día, las 00, es todo lo mismo; todo forma parte de la misma mafia del tiempo y la misma que intenta que vos luches contra esa imposición para que crees tu propio ritmo… tu propio ritmo dentro de la rutina preestablecida que se rehúsa a modificarse, siquiera a pensarlo, ¡por favor!

miércoles, 10 de agosto de 2011

C'est la vie

"Una vida sin amor es como un ocaso sin sol." Citándome a mi misma, llegándo a la efímera conclusión (que seguro ya estaba dando vueltas en mi cabeza, sólo que se ocultaba tras los médanos que dan vueltas junto con mis pensamientos) que si no tengo un cuaderno y una bic negra me falta un brazo. Vivir sin escribir es para mi como vivir sin ver la vida.

Sentada en el andén de un tren que nunca llega, viendo como todos los demás, boleto en mano, llegan a destino, les llega su propio tren personal.. es un vagón amplio, con cocina, bebidas y algunos (los más lujosos) poseen hasta camareras. qué vida.. Sí, eso piensa uno cuando ve a la gente que vive de esta manera, llena de lujos con la vida en bandeja de plata. Sin luchar por lo que uno quiere, hasta me cuestiono el sentido de la vida, aún sentada en mi andén sin prisa lo pregunto. ¿Qué sentido tiene vivir si vivo a los demás?

Por lo pronto me voy a quedar en este andén, pero nunca más voy a dejar que me falte mi cuaderno para poder soñar y volar con lo que siento mientras espero el tren que nunca llega para un destino que nunca fui, que quiza nunca iré.. o al que mejor partiré caminando.. ¿Por qué esperar?