domingo, 5 de octubre de 2014

Ambos lados del espiral

'... ni siquiera te entregas al viento
sin pensar por qué'


Siempre me gustaba considerar todo. Y cuando digo todo yo de veras me refiero a todo todo, en absoluto todo. Solía dividirlo en tres niveles para no sobrecargar al tercero (que era como el cielo en mi esquema) ya que si no tuviera en cuenta la posibilidad del colapso ocasional de éste, sin duda acabaría por acumular allí arriba todo. Sin contar que las cosas que iban a parar ahí eran siempre las que el mundo a mi alrededor llamaba imposibles. Yo, en cambio, opté por llamarlos 'mundos imaginarios'. Eran imaginarios y no imposibles porque no puede decirse así como así que hay cosas imposibles. Lo único imposible es aquello que no creímos posible, mejor dicho que no imaginamos posible, probable, factible. Un buen conocido una vez dijo 'el único límite es tu imaginación', pero si partimos de la imaginación... ¿Será acaso entonces que el límite deja de existir para pasar a ser tan sólo algo teórico que creamos por nuestra insostenible estupidez de 'delimitar' todo? Es un deseo irrefrenable que nos paraliza hasta que logramos construirle la casita, con paredes hechas de límites y ventanas de posibilidades, con puertas de leyes y vértices de excepciones.

No me voy a enroscar con una discusión de tal magnitud, ya me da calambre de sólo pensarlo. Justo por lo siguiente; mi pequeño recoveco de acumulación había sido LIMITADO, no en el sentido literal de restricción, sino más bien en el sentido de la compartimentalización que le había impuesto sin querer. Siendo aquello lo único que me instó a dejarlo tal cual, todo había fluido sin que yo me hubiera dado cuenta. Todo me hacía acordar a un tedioso chiste en el que siempre que pasaba A podía pasar dos cosas, siguiendo una cadena de sucesivos ‘y entonces pueden pasar dos cosas…’ in eternum, como el buen cuento de la buena pipa. Pero dos cosas siempre me habían parecido pocas. Una era algo que rozaba el suelo de la negación, infinitas por su parte, codo a codo con el cielo del relativismo, y dos, en vez de hacer de mediador, me parecía algo efímero e improbable ya que siempre podía haber tres (sin contar que, bajo el mismo razonamiento, si podían ser tres, también podrían ser más…). Es como el blanco y el negro, son por sí mismos, pero para ser juntos deben ser gris.

Ya se hacía de noche, y yo seguía caminando sin poder detenerme, así como tampoco podía dejar de pensar. Empezaba a inquietarme, sin saber bien qué era aquello que me inquietaba. Lo único de lo que estaba seguro (y no del todo) era que cada día que seguía al anterior mi ello se hacía más consciente de lo insalubre de vivir así. Aunque no era tan imponente como para que mi superyó hiciera algo al respecto. En cuanto a mi yo, iba y venía. Le construía alas a mi superyó para que se fuera al mismo tiempo que abanicaba la llama de mi ello, viendo cómo podía hacer para entre sus tres herramientas hacer posibles aquellas cosas consideradas imposibles. Y así se sucedían las semanas y los meses, buscando la manera de equilibrarlos mi yo perdía todo su día, al igual que yo perdía todo mi día haciendo algoritmos para tratar de decidir cuál sería la manera más beneficiosa de actuar y salir adelante, con el mayor de los beneficios y el menor de los daños.

Mis días se seguían en fila, una y otra vez con los mismos interrogantes, mientras yo, al costado de la avenida, necesitaba frenar y considerar, como si esto les sorprendiera. Mi padre siempre decía que primero había que pensar y mi madre que a mí se me iba la mano con el pensar… por no decir la vida, era el subtitulado de aquel acertijo que se planteaba entre sus opiniones. No obstante, intentando imitar mis propias teorías, no podía quedarme sólo con esto, mediante la ayuda de mi recoveco almacenador intentaba encontrar la balanza perfecta para equilibrar las contrapartes. Ninguna de aquellas cosas podía hacerse independientemente la una de la otra, pensar y actuar, digo. Tal es así que de tanto considerar qué hacer primero, qué hacer después o cómo hacer todo junto, seguía caminando por la banquina, al costado de la vida mirando cómo serían mis días si no tuviera tantos contratiempos considerando cuál sería la forma más adecuada de llevarla a cabo, cómo cambiaría si dejara que todo fluyera, como el río que fluye, sin preguntarse si primero debe aumentar su caudal y después correr, o al revés… Él lo hace con simpleza, aumenta su caudal, corre, se hunde y salta sin tantas vueltas, sin tantos contratiempos, sin tantas consideraciones previas.


lunes, 14 de julio de 2014

Gira y rueda, gira y rueda

Shampoo. Batir hasta que la espuma cubra todos los cabellos, uno por uno. Enjuagar. Repetir, una y otra y otra vez hasta que brille como el sol, o hasta que no reste un cabello más por enjabonar. Quizá si uno bate con mucha fuerza puede llegar a lavar las ideas, pensaba él mientras se duchaba, por segunda vez, en aquél mismo día. Miraba las manecillas del reloj, esperando que pasen las horas sin que las agujas se movieran, él se había convencido que estaba funcionando mal, razón por la cual fue a comprarle cuatro pares de pilas y se las cambiaba rigurosamente cada vez  que le pasaba lo mismo. Y todo apuntaba al mismo norte, el tiempo era algo relativo para él, distinto que para los demás que lo rodeaban, y así era que volvía a sentir la necesidad de enjabonarse el pelo. Pero sólo así no parecía estarle funcionando; cuatro, cinco, seis veces... Nada era suficiente para borrar de su cabeza aquello que lo molestaba sin siquiera saber qué era eso que lo afligía a cada instante. Cuando miraba el reloj, éste era el causante de sus males; cuando no, lo era la calle, la gente, los autos.. El mundo. 

Giraba todo, giraba, todo todo menos él, que deseaba mantenerse al margen, porque cuanto más y más giraba, más necesitaba lavarse la cabeza, y no podía ser que hubiese gastado casi dos botellas grandes de shampoo en menos de una semana. Su economía no se lo permitía, y mucho menos podía osar dejarse la cabeza sucia por más de lo que serán dos o tres horas, porque si así hacía, la suciedad empezaba a atravesar las raíces de los pelos, de cada uno y de todos a la vez, y así como entraba por la piel iba a llegar más allá, hasta asentarse en algún lugar donde ya no podría lavarla y la sola idea de pensarlo le incomodaba y le molestaba. Haciendo memoria creyó recordar que su padre hacía lo mismo, después de lo cual su madre lo había llevado a un lugar donde sólo se lo podía visitar en ciertos horarios, sin objetos cortopunzantes y sin ningún material que le llevara información del exterior, no supo nunca por qué... 

Pero ahora estaba empezando a considerar la posibilidad que él también estuviese en aquél lugar... ¿Sería así? Habrá sido su esposa, quizá, la que lo llevó allá... Pero no estaba seguro aún de saber si estaba por allá o estaba por acá, vagando en busca de un refugio en donde no hubiera cosas que lo incomodaran... Buscando un rincón donde volver a lavarse la cabeza. Frotaba y frotaba, cerraba los ojos y se enjuagaba con fuerza, lo repetía, sentía picazón incesante, y ardor... ¿Le estaría sangrando de la limpieza? No parecía darle relevancia alguna, puesto que no podía dejar de hacerlo, una y otra vez más, de nuevo repetía todo en su cabeza. Hasta que empezó a girar, y mirar el reloj. Creyó que si era él el que giraba podía incomodar a las agujas del reloj y conseguir que éste funcionara, así tendría un problema menos por el cual preocuparse. El reloj no se movía, no se modificaba, no se inmutaba con sus giros. Se lo llevó al baño, a lavarle la cabeza al reloj, podía ser que así sí decidiera arrancar, para no frenar... Como la vida y el baño para él... Era el principio de algo que no tendría fin, y eso ya era sabido antes de que comenzara, y lo que más lo inquietaba era saberlo, puesto que era tan consciente de que iba a empezar como de que no iba a poder detenerse. Era como un trompo, que hacía y hacía sin medir ni saber por qué.

De a cuenta gotas racionó el shampoo, para sentir que éste le duraba más y más, sobre todo ahora que tendría que compartirlo con el reloj, quien parecía usar el doble por día. Lavaba y lavaba para no pensar, sin darse cuenta que de tanto hacerlo no podía dejar de pensar en que debía continuar haciéndolo, una y otra vez, hasta que se vaciara el tarro y tuviera la necesidad de salir al mundo exterior para reponerlo y continuar con su espiralada vida que griaba y giraba en torno a una bañadera vacía con tarros y tarros de shampoo, también vacíos.

lunes, 3 de febrero de 2014

La paleta de un artista

Abatimiento. Ciclotimia. Malos humores.

Apoyada contra la ventanilla, en los últimos asientos viajaba Torny como de costumbre, cuasi dormida. De tanto en tanto abría sus ojos para mirar las desérticas calles por las cuales navegaban. Era el mismo camino de siempre, pensaba para si, no podría olvidarme cuando despertar ni aunque me obligase a mi misma. Se río por lo bajo ante lo absurdo de aquella idea. De repente, se incorporó entre risitas y negativas con su cabeza para mirar a su alrededor. Eso sí que variaba... Así como volaban por las distintas capas de gris y negro, estaba rodeada de desconocidos, de miradas perdidas y de caras largas. Preocupada, se sentó aún más recta (si podría permitirlo su columna vertebral). No creía lo que veía, y con pereza apoyó de nuevo su cabeza contra el helado vidrio, en un fallido intento de escapar de aquel abrumador y absorbente mundo carente de las risas que buscaba. Suspiraba, mientras se derretía en su asiento, para intentar encontrar la felicidad en su interior. Creo que ella nunca se imaginó cuan triste podría ponerla una cosa tan insignificante como esta..-

Llantos. Risas. Susurros. Miradas...

En el otro extremo, Larry hablaba con frenesí por celular, intentando que su cliente lo entendiese. Se le oía gritar '¡Pero explicame por favor qué es lo que no entendés! Te dejé todas las indicaciones en la mesa marrón, en el taco amarillo. ¡Lucy! ¡Prestame atención! - se lo escuchaba gritar - No puede ser que estemos rodeados de incompetentes. Comunicate con Esther cueste lo que cueste...' Y tan fuerte como gritaba, colgó el celular, mientras se lo veía refunfuñar por lo bajo, aquellos que estaban al lado suyo lo miraron con asombro (algunos intercambiaron miradas negativas mientras que, aquellos que se creían los más vivos, reían por lo bajo, señalándolo sin pudor). Gotas y gotas de sudor corrían por su frente, deslizándose hacia todo su cuerpo, sin detenerse bajo ninguna circunstancia, parecían pequeñas pero firmes flechas atravesando al hombre por doquier. El gris y el negro seguían constituyendo una uniforme masa cuando con un impresionante chirrido nos habíamos detenido y al fin Larry pudo sentarse, suspirando y sacando un enorme trapo (que él osaba llamar pañuelo) de su bolsillo para secarse la frente. ¿Cómo podía relajarse sólo por el hecho de sentarse..-?

Chistes. Radios. Bullicio.

Ahora todas las miradas se focalizaban en un pequeño (pero revoltoso) grupo de tres pibes. El mayor de ellos, Juan, llevaba en sus hombros un enorme artefacto semejante a una nave espacial. 'Polo' (así le decían al más petizo) llevaba su mirada, recorriendo de cabo a rabo el espacio en el que se encontraba. Observaba a cada una de las personas a su alrededor, y para variar, se reía de todos ellos, buscaba el defecto que resaltase más de todos y se los transmitía pomposamente a sus compañeros, que le festejaban cada uno de sus míseros comentarios. El último, no podría decirles cómo le decían pero si hubiera sido yo quien le hubiera puesto un apodo, sin duda lo hubiera llamado 'Mole' pues era tan grande que ocupaba dos espacios para caber con comodidad. Éste era el que más resaltaba, no sólo por su tamaño sino por su risa, consistente en grititos ahogados. Pues claro, cuando me di cuenta cuál era el artefacto que Juan llevaba al hombro, era demasiado tarde: la radio de cumbia sonaba atronando los oídos de todos alrededor, que, sin embargo, no parecían inmutarse con aquellos espantosos alaridos provenientes de la nave espacial... ¿Qué acaso eran de piedra? Este 'grupo' de inocentes chicos continuaba mufándose de quienquiera que se atreviera a mirarlos o siquiera a insinuarles que le bajaran el volumen a su hermosa radio, incluso estaban quienes preferían refunfuñar en silencio, como queriendo que aquellos amistosos chicos se diesen cuenta de su error. Nadie los observaba, nadie los enfrentaba, ellos eran el bullicio del cual todos intentaban escapar sumiéndose en profundos mundos paralelos..-

Ganado. Mal olor. Suspiros. Quejas...

Tic-tac, tic-tac, el reloj no detendría su marcha jamás y todos lo miraban con ansias, sobre todo Klina, que no podía dejar de agarrar su celular ('último modelo') Nokia 1100 y mirar con tedio las agujas que recorrían sin cesar el enorme círculo al que ahora denominamos 'reloj'. Movía sus pies al compás de un tempo inexistente, ni siquiera al sonido de sus auriculares pues éstos no estaban conectados a ningún lado. Aquella mística masa grisácea que se formaba bajo sus pies se había disuelto una vez más. ¡Riiiiing! Sonaba una y otra (y otra) vez la maldita campana anunciando que debíamos detenernos. De repente, unas puertas que aparecieron justo delante de Klina se abrieron con un sordo ruido, el cual logró levantar la vista de la mayoría de los presentes. Ella en particular, se quedo mirando el majestuoso intercambio que siempre ocurría a las nueve con ocho minutos, hora que no dejaban de mostrar los cientos de círculos enumerados (hasta el doce, claro) que se veían en todas las personas. Luego de cerciorarse que ya no cabría nadie más, la puerta se cerró, y todas las personas estaban ahora apretujadas (entre sí y contra ambos lados del navío. Se balanceaban en un monótono vaivén, el cual Klina parecía estar estudiando con atención. Los miraba pero veía vacas, veía una imagen distinta de la que realmente era; ladeando su cabeza imaginóse como aquel hermoso viaje podía terminar en un matadero sin que nadie allí lo supiera o estuviera preparado para que aquél fuera el último de su vida..-

Calor. Abrumación. Prisión.

En el fondo (justo opuesto a Torny) se encontraba Ilan, una persona (difícil de saber si deberíamos calificarlo como hombre o como pibe) que resaltaba del resto por su llamativa vestimenta, en realidad no era llamativa, pues llevaba consigo un traje negro azabache, con una camisa blanca y una corbata plateada y negro, con rayas diagonales, pero podría decirse que desentonaba con su entorno. Aparentemente, estaba apurado. Sus piernas se movían rítmicamente, miraba su reloj, suspiraba y tomaba su celular. Con una mano parecía muy entretenido mientras le deletreaba al teclado un recado para su mejor amigo, con la otra llevaba un teléfono (que parecía más antiguo que su madre) al oído 'Sí, sí. Hoy es la audiencia de Mercedes, estoy intentando llegar a tiempo pero dudo que eso pase - susurraba con un vocabulario que denotaba clase y estilo, que combinaban perfecto con su ropa - ¿Vos ya estás...? Ah, buenísimo, así vas calmándola mientras llego... No, no, no tengo para mucho, eso si, si pudieras entretener al jurado con algo, porque ella va a enloquecer ahí dentro sin mi... Sí sí, ya sé que es tarde, pero trata de tranquilizarla, dile que estoy volando hacia allí
- juraba que lo decía en sentido literal - Perdón, debo colgar. Me necesitan en el 'blog'.' Y así sin más, colgó el teléfono para ahora concentrar su atención en una especie de carpeta con cables que descansaba sobre su regazo. Las manos no le alcanzaban, nadie comprendía como viajaba con tantos cacharros encima... Pero tampoco le llamaba la atención a nadie. Continuó mirando frenéticamente por la ventanilla, parecía abrumado..-

..-

De repente, un ensordecedor silencio se apodero de todos los que allí se encontraban, y todas las miradas se fijaron de pronto en la ya mencionada puerta. Javier estaba abriéndose paso, mientras sus brazos descansaban sin cuidado sobre los hombros de Ana y Leo, que, junto a él, se balanceaban bajo el peso muerto de su cuerpo y este vitoreaba 'Eh, guacho! Abrime acá el portón porque te quemo to'! Dale! Abrim...' Con un sordo ¡PUM! se desvaneció en el suelo, llevando a sus dos amigos con él. Una vez más, el fuerte chirrido rompió con el envolvedor silencio que hasta entonces reinaba en el ambiente. La maleza grisácea se hizo consistente y todos les abrieron paso, pues querían que salieran de inmediato del camino, estorbaban demasiado. Yo miré con indiferencia, pero no le presté la atención que creo hubiera merecido.

..-

Más risas, o más llantos, o más cosas indefinidas provocadas por un humano.

Úrsula tenía en su oreja izquierda un aparatito pequeño que emitía débiles destellos de luz, en su mano derecha un pañuelo descartable (originariamente blanco) ahora ennegreciéndose cada vez más cuando lo frotaba contra sus ojos, y sobre sus chuecas piernas descansaba un bolso mulitcolor abierto de par en par, dejando al descubierto un contenido poco prometedor: una bolsita llena de más pañuelos negros, una cajita celeste que rezaba en letras grandes y amarillas 'O.b.', una cámara fotográfica negra y plateada y unos enormes llaveros detrás de los cuales se ocultaban tan sólo cuatro llaves. Sollozaba en silencio, y había quienes tenían el tupé de mirarla con recelo. Murmuraba ininteligibles palabras al audífono del ya mencionado aparatito... 'Pero Mariano, yo te amo... Perdoname..' - suplicaba entre sollozos cada vez más fuertes y miradas cada vez menos disimuladas. '¡¿Cómo querés que te perdone después de todo lo que me hiciste, Úrsula?! No me ruegues más...' - ella se tapó la boca luego de que aquellas palabras rompieran su tímpano (y el de tantas otras personas que la rodeaban). No sabía qué más decirle, no podría mentirle. '- Por favor amor, no era mi intención ha...-' [...] '- ¡Tu intención ni que ocho cuartos! No me importa lo que vos querías hacer, lo hecho hecho está, y ya nada tiene solución.'
Gritaba desahuciadamente, englobando los sollozos de la pobre mujer que parecía deshidratarse por los ojos. Un terrible silencio se apoderó una vez más de todo el ambiente cuando del artefacto que nuestra líquida mujer sostenía con fervor contra su odio se escucharon las palabras (que parecía) serían las últimas que ella jamás le escucharía decir... 'Te odio, Úrsula. Te odio, no quiero verte nunca más.' Piii... Pii... Petrificada en la misma pose que antes, se sintió de repente observada, lo cual no era incorrecto, y su cerebro no daba crédito a lo que sus oídos habían recibido. Dejó caer el teléfono quien sabe a dónde, y hundió su cara en ambas manos, con los codos apoyados en su regazo, mientras su cerebro retumbaba con un fuerte y claro 'Te odio' ..-






Timidez. Miradas descolocadoras. Temor...






Ignacio, parecía llamarse. Tan pequeño era que se escondía de mi percepción y tenía que moverme con frenesí para poder captarlo. Tendría unos cinco años de edad y, al parecer, viajaba por su cuenta. Todos, en cuanto lo creían oportuno, lo observaban moviendo negativamente la cabeza, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Ninguno se lo preguntó, en verdad, pero él los estaba observando... A todos, al mismo tiempo, y a ninguno mientras observaba a todos. Era un niño particular (¡y se notaba!). Su mirada tenía tantos destellos que de veras, verlo a los ojos era tan deslumbrante que creo que nadie estaba aún preparado para sentirse de aquella forma. Destellaba felicidad, típica de la edad. Hervía en emoción, en hiperactividad... Temblaba de miedo, de vergüenza. Se sentía tan observado que se ovillaba en sí mismo, a pesar de estar parado (casualmente al lado de mis tres muchachotes favoritos) quienes, claro, no perdían oportunidad de burlarse del inofensivo chiquillo. Se sentía cada vez más y más el centro de las miradas, y cada vez que el inmenso navío grisáceo se detenía, sus pies amenazaban con salir corriendo por las hendijas que dejaban ver el vacío afuera del mismo. Impulso adelante. Impulso atrás. Impulso adelante... Al final, todos comprendieron que Nacho no tenía ni idea de dónde se encontraba y hacia dónde se dirigía. Vomitaba a gritos desamparados ahogados palabras de auxilio... Unas cuantas madres hicieron ademán de levantarse y hablarle, pero claro, nadie lo conocía realmente, y entonces... ¿cuál era el fin de ir y hablar con él..-?

Pomposidad. Extraordinaria pomposidad.

Ella era María, era de las típicas viejecitas que ocupaban los primeros asientos, bien adelante para poder observar con claridad las calles por las que navegábamos. Esta señorita era muy particular; iba sentada contra una ventana, al lado de la puerta de entrada sosteniendo con ambas manos un largo bastón de madera maciza, como si fuera lo único a lo que de veras pudiera aferrarse, llevaba un intimidante sombrero rosa, en composé con su vestimenta (que constaba de una falda larga hasta debajo de sus rodillas, color marfil, unos zapatos haciendo juego y un prominente tapado color rosa meloso,sin mencionar la cartera que albergaba en su interior un sinfín de misceláneas que nadie podía definir con certeza). Daba miedo, ternura y curiosidad. Todo al mismo tiempo. Esta extravagante mujer viajaba aturdida por su soledad; inmersa en su pequeño mundo de cristal, no hacía más (ni menos) que tamborilear sus dedos sobre en ondulado mango del mencionado artefacto, a un ritmo casi imperceptible, al mismo tiempo que tarareaba una melodía sin letra y casi sin sonido, que era desconocida por la mayoría de los presentes. Nadie le prestaba la atención que buscaba, miraba en derredor sonriente, buscando una sonrisa compañera con quien poder reír, pero no veía más que caras largas, grises y tristes, combinando con el suelo que por debajo suyo corría con la velocidad de un río. Fijo su vista en Torny, luego en Larry, y por último en Ignacio... Una sensación de asquerosa pena y desamparo la llenó en su integridad, y su sonrisa se desdibujó de su perfecto rostro y una rosada lágrima se deslizaba por su mejilla. Nostalgia llenaba ahora su envejecido corazón. Ahora que su preciosa melodía no llenaba nuestros oídos y su mirada se dirigía hacia un costado, y debo admitir que eso hasta me deprimió a mi, el silencio era el encargado de carcomer nuestros oídos, y poco a poco comenzó a recibir la atención que en un principio quería... Sólo que nadie le sonreía..-

Calma. Amor. Paz...

Azarosa música rodeaba no sólo a nuestra amiga María sino también a su acompañante (que, a pesar de la majestuosidad de al lado, permanecía sentado nadie sabe cómo). Era un muchacho joven, de unos veinte años como máximo, y llevaba delante de si, agarrada de una correa que servía (según supuse) para colgarse al hombro, una guitarra que era el toque final de su estilo. Tenía el pelo largo, ruloso y lacio al mismo tiempo, llevaba una remera negra, que era lo suficientemente holgada y con el ajuste al cuerpo necesario para él, y unos raídos pantalones azul claro. Se llamaba Facu, según leí en la funda. Era un muchacho sencillo y misterioso, muy atractivo y muy desagradable al mismo tiempo. Es la ambigüedad en persona. Transmitía el desorden de las abarrotadas calle de las ciudades con su atuendo, y con su rostro y su estilo nos llevaba sin escala al pacífico, pero impredecible océano. A él tampoco lo observaba nadie, pero él sí observaba al igual que su no casual co-viajante. Al percatarse que a nadie en realidad le importaba, miro hacia un costado, donde la máquina traga-monedas estaba escupiendo un blanco papel que no recordaba tener, y al otro, dónde su mirada y la de María se cruzaron, y ambos se sonrieron al instante. Sin saber por qué, ni cómo, terminaron hablando, y yo escuché tan sólo la primera parte, que era muy interesante. Hablaban de música, y de cómo la viejecita había sido la mejor tecladista de todos los tiempos, le inculcó a Facu ganas de tocar el piano, el órgano. ¡Qué cosa..-!

..-

La conversación tan interesante se escabulló entre el tumulto de abarrotadas personas que a esa hora (la peor hora del entero día) estaban abordando, muchas caras nuevas que ocultaron a todos los que ya se encontraban allí desde hacía rato. De pronto, un amargo sentimiento de nostalgia llenó mis pulmones y mis ojos se entristecieron cuando, al ver hacia atrás, no pude ver más que caras vacías depositadas en cuerpos sin forma alguna. Buscando lo complejo, más bien complejizar todo aquello que se me presentaba de una manera tan sencilla, no logré más que enredarme alrededor de una tuerca sin fin, como si estuviese rota, sin arreglo posible. Nadie hacia nada, todo era una enorme masa gris de rostros inexpresivos y así el mio terminó volviéndose uno más del montón, entristeciéndose a cada paso. Mirar por la borda sólo lograba que deseara con más fervor saltar. Me perdía, y lloraba en silencio durante el tramo de la navegación que sucedía esto, día a día era igual, y nada podía hacer nada para que cambiara. Mis ojos tristes miraron una vez más hacia atrás, para la reconfortante idea de que estábamos llegando al 'Punto de Encuentro' lo que implicaba que en este puerto se bajaría la mitad (o más) de la tripulación. Yo suspiraba al timón, descansando por primera vez en todo el trayecto..-

..-

Inocencia. Y con eso basta...

Mientras desplomado sobre una banqueta descansaba, por el otro extremo (contrario, claro, a aquél por el cual se bajaban los mil y un tripulantes) se asomó un cochecito lleno de color, vida y magia. Desconcertándome, parpadeé con fuerza al tiempo que frotaba mis ojos y mis labios se torcían en una sonrisa a medio pelo que se dibujó con tan sólo la idea de tener a semejante fuente de alegría a bordo. De pronto, las callecitas de afuera dejaron de ser tan grises para mi y se tornaron multicolor. La mujer, que con una gracia y felicidad implacable acarreaba el pequeño carrito hacia el asiento vacío más cercano, sonreía al mundo, no veo por qué, pero con o sin motivo estaba feliz. Se la escuchaba hablar por teléfono muy tranquila, a diferencia del resto de los que quedaban a su alrededor -aquellas personas a las que ya hemos mencionado con anterioridad- y de su mano izquierda caminaba un niño de siete años, que también sonreía con una felicidad de aquellas que no se ven todos los días. Le preguntaba a su madre cosas de todo tipo, de cualquier forma y color y ella siempre tenía una respuesta preparada, un as bajo la manga que dejaba al pequeño retoño atónito por unos cuantos minutos, reflexionando fascinado con lo que ella pronunciaba. Las palabras no alcanzaban para describir semejante majestuosidad ante mi, no pude siquiera imaginarme qué era lo que tanto discutía por el aparatito infernal, pero sí que la inocencia que rondaba con ella llenaba a todo aquel que se atreviera a observarla de la misma sensación, simplemente atónito me he quedado..-

Oscuridad. Negrura. Altibajos...

En un (valga la redundancia) oscuro rincón se encontraba Isabella, que abrazaba con fervor una mochila. Lloraba, lloraba sin consuelo al tiempo que se mordía el labio inferior, como si aquello fuera a calmar su desdicha. La mochila cuadraba con la escena, era negra, llena de parches de bandas desconocidas, dibujos hechos por ella y pequeños graffitis en la amplitud que la tela le otorgaba. La gente la miraba y se alejaba al tiempo que cuchicheaban con disimulo; sin embargo, a ella no le importaba. Llevaba pequeños elementos circulares incrustados en sus oídos. Isabella movía su cabeza al tempo de la música mientras llevaba cada tanto sus manos para cubrir su cara, que de a ratos sonreía sin cesar, mirando por la ventanilla con la frente bien en alto, hasta romper en llanto otra vez, preguntándose por qué...


Inconstancia. Lealtad. Contratiempos...

Tomando una fotografía panorámica de todo lo que estaba sucediendo, él sólo se encontró sorprendido. Natán llevaba su Cannon a todos los lugares a donde iba, y simplemente no podía comprender como podía ser que existiera tanta gente tan diferente toda junta en un mismo lugar. Un artista siempre ama la diversidad, de eso es de lo que se enriquece. ¿Qué sería de nosotros si siempre tuviéramos la misma cara con la misma expresión durante todo lo que dura el día? Sería inconcebible, pensaba. Por eso no le gustaba mucho fotografiar ciudades, ellas nunca cambiaban, siempre estaban iguales. Pero no todo permanecía intacto; no todos los paisajes ni siquiera las personas. Por eso estaba tan emocionado, así como el viento movía las hojas de cada una de las ramas de los árboles que danzaban en las afueras, había un viento interno que se encargaba de hacer danzar las caras de todos aquellos a quienes él capturaba. Solía hacer eso en su tiempo libre, se tomaba el primer transporte que consiguiera, cámara en mano, y miraba con ella a todos los que estaban a bordo con ellos. Se desafiaba a encontrar cada día una cantidad de expresiones diferentes (en el mismo viaje) en una sola persona, a veces lo lograba y volvía a su estudio satisfecho a revelarlas... Otras veces la gente no estaba a la altura de cumplir con todas sus expectativas, ya que permanecía a muy feliz, o a veces demasiado triste... Era un mar de cambios, un mar que va y viene, pero cada vez que se va, no vuelve igual; y lo hace para volverse a ir diferente..-

Apariencias. Máscaras. Desconcierto...

Progresivamente su cara se iba iluminando, se llenaba de esperanzas, juntaba sus manos como si fuera a hacer una plegaria, ¡casi estaba saltando en su asiento de la emoción! Hasta que de repente, todo pareció desmoronarse con la misma velocidad; bajó sus manos con decepción, las apoyó en su regazo y bajo la mirada con un suspiro profundo, intentando que todo lo que la rodeaba no la afectara tan profundamente. Estaba viajando a su iglesia, a confesarse. O por lo menos a la iglesia, porque me preguntó en dónde le convenía descender del navío para poder llegar lo más rápido posible. Algo había hecho, No podía ni siquiera imaginármelo, estaba tan consternada por momentos y tan feliz por otros que nada parecía tener sentido. Hasta que, en un momento de euforia, comenzó a hablarle a la ventana buscando respuestas ahí, como si el vidrio frío fuera a contestarle de alguna manera que ella se diera cuenta. Hablaba sola, muy entretenida... Y entonces todos voltearon a verla, con pena o tristeza o una buena combinación de ambas... No hubo nadie que no comprendiera lo que estaba sucediéndole... Nadie dijo nada..-

Conclusiones. Inconclusas. Realidades...

Así y a pesar de todo, ellos estaban ahí, compartiendo conmigo, respirando conmigo e incluso perturbándome con su estruendosa vida. Y así y todo, poca gente me veía o le importaba, todos pasaban por mi lado pero nadie me veía en verdad, nunca me saludaban, no obstante yo sí lo hacía, yo sí seguía considerándome una persona, un humano, un ser viviente que se comunica. Y así y todo, todos y cada uno de ellos estaba compartiendo, no obstante sin quererlo e incluso me atrevo a decir que sin saberlo, sin siquiera ser conscientes de lo que estaba ocurriendo. Quizá esa era la razón por la cual todos estaban juntos, porque nadie quería estar con alguien, pero al mismo tiempo, en vez de caminar solos por los desérticos corredores grisáceos decidieron todos subirse al mismo navío y no estar con su soledad, enlazar una pequeña parte de sus vidas tanto conmigo como entre ellos mismos. Pero este enlace no era de público conocimiento, por eso luego de tantos años siendo la persona acá sentada a la que nadie ve, de la que nadie se asusta o se preocupa, empecé a observarlos. Y así fue como supe que nadie me mira. Ni me hablan a veces, más de lo que es necesario... Y si pueden evitarlo, son más felices evitándolo; lo hacen como uno en un ascensor quiere evitar viajar y hablar con los vecinos, porque es engorroso tener que saludarlos siempre (porque uno ahí no puede hacerse el desentendido, un 'hola' mínimo se cruza en ascensores) y a veces no es sólo un hola, porque ellos quieren hablarte, y no vaya uno a poner una cara larga porque se asoma una inminente pregunta. Pues aquí es lo mismo, el hola esta sobrevaluado. Se siente como si ser cortés con quien uno no conoce pero comparte siempre estuviera sobrevaluado. Pues después de todo, comparten conmigo todas sus mañanas y todos sus viajes y a veces ni me miran cuando me piden el boleto. A veces ni se miran entre ellos, sentados al lado son capaces de ignorarse, e incluso prefieren viajar en asientos aislados pero no en un vehículo solos..-