martes, 4 de octubre de 2016

Ciclando

Nadie te dice lo difíciles que son los cierres, las últimas frases. Nadie te prepara para afrontar esas situaciones abruptas de cambios a 360, a esos que te lleva la vida. Podes presumirlo, cuando, por ejemplo, al terminar un libro te quedas con esa sensación mixta de profundo placer, de reflexiones que viajan a una velocidad mayor que tu capacidad de escribir, te inundan ganas locas de releerlo... Pero al mismo tiempo, te invade un vacío existencial porque ya no va a ser ese libro el que ocupe lugar y pese adentro de tu mochila, ni el que te devuelva minutos cada vez que pasas sus páginas al abrirlo y leerlo. Pero, de todos modos, uno se expone a estos riesgos, y lee un libro, y después otro, y otro... Se supera, eventualmente.
No obstante, insisto. Nadie te advierte lo cuesta arriba que se hace la carrera hacia el final, ahí cuando ves la meta a lo lejos y ya te estás quedando sin pulmones en el aire y sin corazón en la sangre. 

domingo, 25 de septiembre de 2016

Multiplicidad de realidades reales

Vino a ser ese sutil tamborileo en las espinas de las vértebras dorsales, 
apareció como esa caricia, tironeo, mimo a los pelitos de la nuca
hizo las veces del abrazo en todo el cuerpo, del abrazo a-el cuerpo,
ese knock-knock en el pupo, en la planta de los pies, en la frente.

Sin querer quizá una brisa que destapó el desagüe, dejándolo caer,
un viento fuerte que trajo las hojas rojas y las hojas ocre
un tornado que girando en torno a mil libros, con sus viejas letras
un pequeño suspiro que hizo volar el polvo.

Todo eso, todo, para después la nada de nada
manos que baten el aire generando ráfagas aterciopeladas
más aire revuelto con más fuerza, te llevaste puesta mi casa
abanicos energizados que disipan tus huellas de la arena

(19/09/2016)

lunes, 15 de agosto de 2016

Persecuciones nocturnas

'Las aguas tienen un recurso más
moviendo las olas ya no hay realidad
ondas en el aire.'


Esos momentos épicos en los que frenas en seco tu caminata, frenas hasta los latidos de tu corazón y la respiración, donde todo lo demás pasa a ser obsoleto, mundano; cuando lo que está en derredor pierde su entidad de cosa, se desvanece, se vuelve parte del entorno; esos momentos en donde la naturaleza te cautiva y te sorprendes a vos mismo con la vista fija en un punto distante, lejos, allá en el espacio, brillante. Y te das cuenta que no podes desviar la vista a otra cosa que no sea la luna radiante en el cielo, cubriéndose y descubriéndose, jugando a la escondida con las nubes, danzando en el viento. Te das cuenta que todavía conservas esa capacidad de dejarte sorprender y cautivar por las insignificancias diarias, capacidad que debería ser parte del día a día para no sucumbir entre tanto tic tac...

(09/10/2014)

domingo, 17 de julio de 2016

Realidad surreal

'Mientras el sol se filtre por mi ventana
La lluvia brinda su aire en mi'



            Una suerte de burbuja cuadrada y aislada del resto del mundo. Aquel rincón de la vida en el cual el tiempo no es tiempo, no corre ni camina, tan sólo está. Detenido, como si se hubiese cansado de su propio tic-tac. Espacio abierto, pero delimitado, en donde todo pasa, todo, menos las horas. Paisaje de segundos congelados, incapaces de derretirse. Vaivén de olas azules y profundas, quitándome el aliento de a una por vez, anque todas a la vez. Momentos que construyen historias, historias que crean lugares, inundados de profunda atemporalidad. No me permiten casi respirar y, al mismo tiempo, son quienes logran hacer que más aire entre en mis pulmones, fluyendo a través del maravilloso árbol interno que crece con cada inspiración, ocupando cada vez más. Esfera cristalina que, arriesgada, se desliza por todas las cornisas, todos los precipicios, sin caerse; embelesada por los posibles riesgos que la aguardarían allí abajo, no obstante evitando sistemáticamente esos no-golpes contra aquel vacío incierto. Amagues. Siempre al borde de... Pero no.

Y los segundos que aún siguen congelados, pues el segundero no terminó siquiera su primera vuelta de tuerca. 

jueves, 7 de julio de 2016

Contigo sin ti

A veces se me olvida, no puedo evocar
Cuál fue la última vez que te vi
Que te abracé, que te miré, que te sentí
A veces, sólo a veces, no se ni cuando fue

Ese recuerdo, para poder sentir que se
Cuál fue el último día que escuché tu 'tranqui'
Que lloré con vos, con soluciones sin solucionar
Y con problemas que no son, desvaneciéndose

Incertidubmbre placentera, permanencias
Resuenan tus palabras en todo rincón
Cantando verdades, ocultando lo demás
Y cada anochecer un mundo para revivir

Amanecer, con el corazón esperanzado, ¿Será?
Para abrir los ojos con el pesar de la realidad
Otra vez yo, conmigo; contigo aún sin ti
Con vos adentro mio, pero tan tan lejos de mi...

miércoles, 22 de junio de 2016

Caleidoscopio atemporal

Una imagen que recurre. Día por medio me enfrento con algún evento, afortunado si será, que acarreará consigo esa (misma) imagen de pasados inviernos. La escena se convertía en video y en cuán felices recuerdos. Envueltos en un magma musical conformado por la poesía no tan nueva, pero siempre vigente del querido Charly ‘No tienes pro-fe-sión’, arpegio, silencio. Ese silencio pentagramal se volvía un silencio colectivo, y en aquél video que se estaba reproduciendo en el fuero interno de mis ojos, los tres conteníamos la respiración, boquiabiertos y ojiabiertos, expectantes; como si algo excepcional estuviera a punto de ocurrir y en el máximo segundo de desesperación, cuando casi nos poníamos de pie adentro del LTA sin jerarquizar el límite físico que el techo establecía, el aire se volvía a inundar con el siguiente arpegio y la voz que ahora decía ‘En invierno nohay sol’. Sin ningún ápice de voluntad, cantábamos al unísono, desafinando sistemáticamente, tanto con los agudos como en los graves, incluso entonábamos los arpegios creyendo ya sabérnosla de memoria. Error. Sin embargo, era un dulce error, o mejor dicho, nuestro error compartido.
Era de noche, aunque creo que ya lo dije. Era tan tarde que ya no había dueños con sus perros vagabundeando por las desoladas veredas teñidas de azul. No sé de dónde volvíamos, o a dónde nos dirigíamos, lo importante es que el contexto era el interior de nuestro coche, patente LTA 810, y como no era sorpresa, la radio sonaba en la frecuencia favorita del núcleo, la 98.3, que en aquel entonces era ‘puro Rock Nacional’. De más está decir que esa fue la primera radio que alguna vez escuché. Lástima que ya no es lo que era. En fin, volviendo. Adentro del auto. Aquello que resuena en mi recuerdo es que tanto las luces como el motor estaban apagados, haciéndonos parte de la maravilla nocturna que reinaba en el ambiente, con todas las persianas cerradas con un minucioso hermetismo y las luces callejeras brillando por su ausencia. Simplemente estábamos.
Rodeados por un silencio relativo interceptado por los tarareos, cantos y gritos involuntarios que acompañaban a la fantástica canción como una mochila, a veces innecesaria, pero sólida compañera, así estábamos. Los tres habíamos dejado de lado nuestras individualidades para volvernos uno con la melodía, olvidando hasta cómo fue que habíamos llegado a esa situación; incluso en el recuerdo me dejaba con una media sonrisa y la sensación de un mimo al corazón.
‘Di-s es empleado en un mostrador, da para re-ci-bir’. El acompañar tarareando se convirtió en acompañar con gritos cargados de emoción y puños que se cerraban en un énfasis absurdo. Mi yo de aquel entonces se abstrajo de la situación, dejando unos versos sin cantar sólo para observar cómo algo tan ajeno, pero a la vez tan propio como la música que sonaba trascendiendo décadas nos unía en una. Me pareció divertido, ya que sin motivo aparente no habíamos salido del auto y lo único que permanecía encendido era la radio, con sonidos de otra época, que volvía a la vida con cada reproducción.
Por sentarme en el colectivo, ahora yo sola, cantaba para mis adentros ‘Y tal vez esperé demasiado, quisiera que estuvieras aquí’ mientras fantaseaba con mi guitarra imaginaria los acordes aislados de aquellos versos. Demasiado. De más. Nunca fui muy amiga de esa palabra ya que le encontraba una connotación más bien negativa. Mucho era mucho mejor para decir (casi) lo mismo. Esto es una recurrencia de todos modos, ya que hacía ‘demasiado’ tiempo que evitaba ‘demasiado’ usarla positivamente, como ‘mucho’. Mi dupla preferida estaba llegando al súmum de la canción al compás de ‘Fui a dar a la calle de un puntapié’ y allá lejos en la historia, la fuerza de las voces del trío iba reduciendo de a cuantos, la energía se transformaba en una más nostálgica (por la canción), pero igual de cálida (por nosotros). Ya recordaba, habíamos llegado, y así y todo nos quedamos adentro del auto sólo y gracias a aquella entrañable canción, tan de ayer y tanto más de hoy, de mi hoy.
El canto se hizo susurro, miradas cómplices recorrían nuestras sonrisas cuando comenzó a asomar la última estrofa, con la misma mezcla de tristeza y alegría que me inunda cada vez que se detiene mi rutina para traerme al recuerdo esta escena. ‘Hace cuatro años que estoy aquí, y no quiero salir’. Si bien fueron tan sólo minutos en el tiempo medido por los relojes, se sentía como un para siempre comparable al segundo que podemos volar con los saltos de danza, aquél momento de segundos.
‘Ya no paso frío y soy feliz, mi cuarto..’ ¡Uh, flaca disculpá! – una voz de un desconocido me devolvó al asiento frío y solitario del 132. Se le habían enganchado mis auriculares con su paraguas. Parpadeé unas cuatro, cinco veces, le sonreí y volví a escabullirme adentro de mis oídos, dispensando del resto de mis sentidos. ‘Y aunque a veces me acuerdo de ella’. Seguía sonriendo, pero lo hacía mientras entornaba mis ojos inmiscuyéndome en el mecedor mundo de los recuerdos.
Los segundos se hacían minutos, y éstos iban directo a pisarle los talones a la eternidad, y paz se abrió camino por entre las rendijas y ahora las voces casi imperceptibles hablaban para nuestros adentros ‘Dibujé su cara en la pared’. Este eterno retornar al pasado me lleva en un tren de deseos porque ese día hubiera sido un domingo, pero para ser franca, no lo recuerdo; y cada vez que me subía a ese tren, lo era. ‘Solamente muero los domingos’, no por nada lo asocio a ese día, incluso por el último verso sería más atinado decir que eran las doce menos diez, y que con la primera campanada del lunes los tres cantábamos con Sui Géneris, intentando imitarlos ‘Y los lunes ya me sien-to bieeeen…’ y después los tres rasgueos del final del cuento. Así de rápido como en silencio nos quedamos sentados, la música nos volvió uno, una única persona incluso con todas nuestras discrepancias y aquellas escasas similitudes.


Como era de esperar, el momento terminó casi igual que mi recuerdo se desvaneció, pero vive eternamente en mí; fue un pacto tácito de compartir el disfrute de aquella canción que trascendiendo épocas se volvía ubicua y nos mimaba el alma. De inmediato, cuando terminó, salimos los tres del auto. Como si nada hubiera pasado. 

domingo, 22 de marzo de 2015

Porque volver no siempre es RETROCEDER

Se imponen. Casi como órdenes se aparecen delante mío, tan nítido, tan claro. Pareciera incluso que puedo tocarlos. Deseos, inquietudes... pero sea lo que sea, debo hacerlo, casi ya como una necesidad, algo que no puedo evitar y al mismo tiempo deseo realizar. Algo que me esfuerzo por ordenar, por hacerlo pasar de mi propio plan y plano mental hacia algo más real, más tangible y más fácil de visualizar. Es reencontrarme conmigo misma, sentada en algún bar, de algún barrio; ya sea afuera en la vereda, o adentro al lado de alguna ventana viendo la vida pasar(-me); ese café que me transporta hacia afuera. No un afuera físico, más bien me ubica al costado, por un momento, por un efímero ratito me lleva al costadito de la ruta a ver cómo los autos pasan sin que me pasen, a ver cómo la gente camina y grita sin estar yo caminando y gritando, a verme a mí, desde un auto que pasa por la ruta, desde una bici que cruza la bocacalle, desde una persona sentada en un bondi que tiene la mirada perdida a través de la ventanilla, a verme ahí, sentada al costado de la ruta, al lado del camino, al margen de la vida, casi como si no estuviera y no fuera mía, pero simultáneamente sin dejar de vivirla.

Es una sensación casi homologable a la de bañarse en el mar. Ese vaivén de las olas, que lleva y trae la sal, los peces y algas; que lleva y trae al mar (o el mar), la vida misma oscilando en un desierto oceánico.

Toda esta excentración de mi yo, de mi mí, me trae una bocanada de aire fresco, un vientito de montaña, un suspiro de pajaritos, que me renueva y rellena de energías para poder seguir, para poder vivir. Me reencuentra conmigo y con esos vicios juveniles que me llevaban a pasar infinitas horas (y hojas) sentada sola en algún bar de algún barrio porteño, al costado del mundo para, de esta manera, poder seguir formando parte de él.

Nunca por mis propios medios, siempre hoja en blanco mediante y birome negra en mano, presente. 

(12-03-2015)