martes, 1 de junio de 2010

Analogía de la cerradura

'... all in all you're just another
brick in the wal...'

Afuera. Adentro. Cerrá, abrí... ¿Por qué tenemos esa tendencia a encerrarnos dentro de nosotros mismos, bajo llave, candado y cadena, impidiendo que nadie entre sólo para sentir que somos menos vulnerables? Es terrible lo mucho que nos encanta el morbo que conlleva la perdición solitaria, aquel despampanante momento frente al cual nos encontramos en nuestra propia cuenta, solos, para remar un barco con dos varillas de madera. Nos desafiamos con total constancia, poniendo a prueba no sólo nuestra fuerza física, sino también nuestra fuerza emocional llevando así al límite ambos extremos de la soga sin poder saber con exactitud cuánto más habrá que tirar y cuándo es el mejor momento para retirarse con la astucia y dignidad de quien 'pierde' sólo por haber sido lo suficientemente consiente de que aquel juego iba a terminar justo antes de que lo hubiera hecho en verdad.

Es un mar sinfín de probabilidades, con islas, con botes, con objetos tácitos para ayudarnos en nuestra elección. Pero nos rehusamos con frecuencia a recibir siquiera ayuda de un par en nuestra misma situación. Disfrutamos aquella pizca de dolor que nos produce el sentir que estamos a la deriva solos, aunque tengamos la certeza de que, al menor cambio en el rumbo de las olas y al tempo de una penetrante súplica de ayuda, tendremos un centenar de manos al alcance de las nuestras. Aunque, ¿realmente sabemos que esto es así o preferimos seguir tirando del gatillo para luego tener el placer de disfrutar del ámbar de la victoria, aquella dulce y egoísta sensación de haberlo logrado todo por nuestros propios medios? En definitiva, esto nos llevaría a creer que existe la no tan descabellada posibilidad de que nuestras puertas cerradas con llaves blindadas y nuestras ventanas con barrotes sean más que un mero objeto 'aterrador' para quien osa observar la totalidad de la situación a una prudente distancia. ¿Existe, en realidad, tanta gente que quisiera entrar a nuestros aposentos sin nuestro consentimiento o, en otras palabras, es porque hay algo a lo que no queremos dejar ir la razón por la cual nos encerramos en nuestro interior? No creo que exista semejante cantidad de cosas que queramos dejar afuera bajo cualquier circunstancia o consecuencia, sino, reformulando la teoría y la analogía de las puertas y ventanas, existe sí una innumerable cantidad de cosas que sentimos que no debemos dejar ir.

Así es como se le dio vuelta el tablero a nuestro obstinado rey, quien de pronto se encontró encerrado entre sus fieles tropas, que dejaba en claro que su principal objetivo era no dejar que en enemigo penetrase en las inmediaciones de su majestuoso reino. ¡Y fíjate si no lo ha logrado! En total oposición, el contraataque de ellos era tener las puertas, abiertas de par en par, de tal manera que el enemigo le creyera un inepto y, además, se diera por ganador una vez cruzado el umbral. Pero claro, ellos no tuvieron en cuenta que ahora, adentro de la opuesta residencia y con cuatro peones menos, ya no había vuelta atrás y, después de todo, ¿quiénes eran más vulnerables ahora: los negros por haber sido astutos y mostrar su imprudencia frente a los blancos dejando sus puertas abiertas al paso o aquellos, quienes cegados por el afán de la victoria, llevaron hasta los confines más extremos su propia tropa creyéndose vencedores indiscutibles y absolutos? 'Vencedores vencidos'. Una vez más, en un giro de 180 grados, el partido se tornó de un color azul tranquilo a un rojo que destilaba las mil y un emociones que conlleva implicadas en él el color en sí. Amor, locura, pasión, sangre, guerra, un color que dejaba perplejo a cualquiera, por sentirse derrotado y no obstante seguir luchando. Así se mostraban. Al rojo vivo, el más vivo que jamás se haya sentido. Y entre todo este festín de colores, nos olvidamos por completo del gris solitario que tras su sombras ocultaba al gran y astuto rey blanco, que por creerse mil y un millón, tuvo que sentarse en la ventana de la torre más alta para ver que, además de haber dejado al enemigo afuera, se había olvidado bajo la llave del candado a su propia familia; él se jacta de que va a ganar, y así no es la vida... Eran mínimos detalles que se le habían escapado por la tangente.

Entonces, ¿qué sentido tendría ahora empeñarse en dejar el mal afuera cuando, quizá, de esta manera evitamos que salga nuestra propia estirpe, o incluso peor, nuestra propia malicia? Volviendo sobre nuestros hechos, entonces, ¿cuántas veces cerramos la puerta? Ay, no me alcanzan los dedos de la mano para contarlas. Los candados que colocamos en las alcancías o en nuestras valijas de viaje, blindajes que ponemos en nuestras casas, llaves que le agregamos a nuestras habitaciones... Revisalo todo y ahora preguntate a ti mismo: ¿cuánto de todo eso es realmente para evitar que algo o alguien entre y cuánto es para impedir que todo salga...?


'sometimes, we put walls up not to keep people out, but to see who cares enough to break them down...'

El mapa que me llevará hasta la gloria

'... are you still looking for me?'

Una cara, cosa común. Dos caras, ya no es el mismo decir. No estaría correcto suponer que ambas caras de la moneda son exáctamente igulaes, porque, si así fuera, ¿qué sentido tendría el decir que tiene dos caras en vez de decir simplemente que puede ser observada de un lado y del otro? Y si dos seres humanos, distintos entre sí en esencia, tienen cada uno una cara, tampoco sería ideal suponer que ambas dos son iguales, porque, de otro modo, no habría razón alguna para que existieran ambos, es decir, podría simplemente reducirse a la existencia de un ser con determinadas facciones, redundar sería que hubieran dos con las mismas facciones determinantes de nuestra identidad como personas.

La 'cara' es como un mapa sinuoso de una vida pendulante, llena de depresiones, valles y montañas, marcados indicios de un porvenir prometedor. No obstante, hay muchas depresiones que han sido transformadas en cráteres, presentándose como los estigmas de un pasado que aún late en un presente escurridizo. Las palabras se hunden en tu boca, sin retorno, un camino de ida hacia un absorvente mar de arenas movedizas, distribuidas de tal manera que conforman la comisura que une a las mesetas del olvido, que son el límite con la jóven cordillera que nace al borde de un túpido bosque de duros y renuentes vellos marrón oscuro. Deslumbra en el medio del mapa una montaña tan alta e imponente que sólo los más atrevidos se han animado a escalarla. Empero, los que lo han hecho, dicen que la nieve que resplandece en su cumbre es la maravilla más hermosa que jamás han observado, que incluso dejaría perplejo al más grande artista...