'... ni siquiera te entregas al viento
sin pensar por qué'
Siempre me gustaba considerar todo. Y
cuando digo todo yo de veras me refiero a todo todo, en absoluto todo. Solía
dividirlo en tres niveles para no sobrecargar al tercero (que era como el cielo
en mi esquema) ya que si no tuviera en cuenta la posibilidad del colapso
ocasional de éste, sin duda acabaría por acumular allí arriba todo. Sin contar
que las cosas que iban a parar ahí eran siempre las que el mundo a mi alrededor
llamaba imposibles. Yo, en cambio, opté por llamarlos 'mundos imaginarios'.
Eran imaginarios y no imposibles porque no puede decirse así como así que hay
cosas imposibles. Lo único imposible es aquello que no creímos posible, mejor
dicho que no imaginamos posible, probable, factible. Un buen conocido una vez
dijo 'el único límite es tu imaginación', pero si partimos de la imaginación...
¿Será acaso entonces que el límite deja de existir para pasar a ser tan sólo
algo teórico que creamos por nuestra insostenible estupidez de 'delimitar'
todo? Es un deseo irrefrenable que nos paraliza hasta que logramos
construirle la casita, con paredes hechas de límites y ventanas de
posibilidades, con puertas de leyes y vértices de excepciones.
No me voy a enroscar con una
discusión de tal magnitud, ya me da calambre de sólo pensarlo. Justo por lo
siguiente; mi pequeño recoveco de acumulación había sido LIMITADO, no en el
sentido literal de restricción, sino más bien en el sentido de la compartimentalización
que le había impuesto sin querer. Siendo aquello lo único que me instó a
dejarlo tal cual, todo había fluido sin que yo me hubiera dado cuenta. Todo me
hacía acordar a un tedioso chiste en el que siempre que pasaba A podía pasar
dos cosas, siguiendo una cadena de sucesivos ‘y entonces pueden pasar dos cosas…’
in eternum, como el buen cuento de la buena pipa. Pero dos cosas siempre me
habían parecido pocas. Una era algo que rozaba el suelo de la negación,
infinitas por su parte, codo a codo con el cielo del relativismo, y dos, en vez
de hacer de mediador, me parecía algo efímero e improbable ya que siempre podía
haber tres (sin contar que, bajo el mismo razonamiento, si podían ser tres,
también podrían ser más…). Es como el blanco y el negro, son por sí mismos,
pero para ser juntos deben ser gris.
Ya se hacía de noche, y yo seguía
caminando sin poder detenerme, así como tampoco podía dejar de pensar. Empezaba
a inquietarme, sin saber bien qué era aquello que me inquietaba. Lo único de lo
que estaba seguro (y no del todo) era que cada día que seguía al anterior mi
ello se hacía más consciente de lo insalubre de vivir así. Aunque no era tan imponente
como para que mi superyó hiciera algo al respecto. En cuanto a mi yo, iba y
venía. Le construía alas a mi superyó para que se fuera al mismo tiempo que
abanicaba la llama de mi ello, viendo cómo podía hacer para entre sus tres
herramientas hacer posibles aquellas cosas consideradas imposibles. Y así se
sucedían las semanas y los meses, buscando la manera de equilibrarlos mi yo
perdía todo su día, al igual que yo perdía todo mi día haciendo algoritmos para
tratar de decidir cuál sería la manera más beneficiosa de actuar y salir adelante,
con el mayor de los beneficios y el menor de los daños.
Mis días se seguían en fila, una y
otra vez con los mismos interrogantes, mientras yo, al costado de la avenida,
necesitaba frenar y considerar, como si esto les sorprendiera. Mi padre siempre
decía que primero había que pensar y mi madre que a mí se me iba la mano con el
pensar… por no decir la vida, era el subtitulado de aquel acertijo que se
planteaba entre sus opiniones. No obstante, intentando imitar mis propias
teorías, no podía quedarme sólo con esto, mediante la ayuda de mi recoveco
almacenador intentaba encontrar la balanza perfecta para equilibrar las
contrapartes. Ninguna de aquellas cosas podía hacerse independientemente la una
de la otra, pensar y actuar, digo. Tal es así que de tanto considerar qué hacer
primero, qué hacer después o cómo hacer todo junto, seguía caminando por la
banquina, al costado de la vida mirando cómo serían mis días si no tuviera
tantos contratiempos considerando cuál sería la forma más adecuada de llevarla
a cabo, cómo cambiaría si dejara que todo fluyera, como el río que fluye, sin
preguntarse si primero debe aumentar su caudal y después correr, o al revés… Él
lo hace con simpleza, aumenta su caudal, corre, se hunde y salta sin tantas
vueltas, sin tantos contratiempos, sin tantas consideraciones previas.