domingo, 12 de abril de 2009

A good present

'...nothing is impossible.'


Cada vez que se sentaba enfrente de la hoja en blanco sucedía lo mismo, una y otra y otra y otra vez lo intentaba fallando, con la clara idea de que aunque se esforzara, aunque de veras se esforzara, fallaría. Sí. Ella lo sabía, pero eso no le impedía seguir firme en la idea de intentarlo al menos. Todos los días pasaba igual, y todos los días se iba a dormir con la mínima satisfacción de saber que, al menos, había seguido fiel a su promesa de no dejar de probar su suerte con la hoja en blanco, aunque ésta siempre la venciera en el primer round. Perseveraba, quizá con ingenuidad, creyendo que algún día podría lograrlo.

Así, tan sólo así, transcurrían las horas de la tarde, los días de la semana, las semanas de los meses... Los meses del año. Nunca creyó que podría cambiar, era una rutina a la que se había acostumbrado con tristeza. Tenía que vivir con ello o sucumbir a cumplir su último deseo, lo cual jamás se perdonaría, ni con una vida entera de nuevo a su lado.

Investigaba, leía, subrayaba y guardaba. Almacenaba información a mansalva sólo con una meta final: LOGRARLO. Veía su meta borrosa, cada vez más y más lejos, pero nunca se dejó vencer por el cansancio ni la abrumación que le causaba la frustración de su vida hacía un poco más de dos años.


Aprendía, entendía, ayudaba y era ayudada. Todo para nada. Ni un solo rasguño dañaba las amarillentas hojas que descansaban bajo el calor de su pluma azul. Siguió intentándolo cada día, durante el resto de su vida. Ni su profesión, ni su carrera, ni su último amante pudieron hacerla desistir de tal estupidez... Nadie podía creer que todos los santos días, a exactamente las tres y media de la mañana ella se sentara en el ventanal más grande de toda la casa mirando hacia afuera, descansando en una cómoda silla con una hoja y una pluma en su mano. Todos los días los vecinos la veían intentarlo, ahora más cansada, con los años pisándole los talones. Tal es así que todos creyeron que nunca lo logró. Ella falleció esa última noche de desvelo en esa silla, sentada con la pluma en la mano.

Nadie nunca sospechó nada, pero su hijo mayor sabía que no habría podido morir a menos que hubiera cumplido con lo prometido, que, claro, él había escuchado desde la otra alcoba el día más horrible de su vida. Cuando el velatorio temrinó, él suplicó que lo dejaran a solas con su madre... Nadie quiso contradecirlo, tal es así que solo se quedó. Metió su mano adentro del bolsillo del camisón que llevaba y allí encontró lo que buscaba: la respuesta. 'Lo intenté, pero después de tantos años de fallar me di cuenta que lo único que necesitaba decirte era que lo sentía, y te amo tanto que no soporto esta tortura de vivir tan lejos tuyo. Me llevo la carta conmigo, la única carta, y te la voy a dar cuando nos veamos. Aún te amo'. Cuando acabó de leerla comprendió todo, sonrió y una lágrima se piantó en su mejilla colorada. Nunca se había imaginado cuánto había amado su mamá a su padre, el primer esposo de esa increíble mujer. Dobló el papelito, cuidando no hacerle ningún doblez más, lo puso de nuevo en su lugar y salió cerrando la puerta tras él...

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