lunes, 7 de diciembre de 2009

La rutina de las cuatro corcheas

Incertidumbre. Miedo aterrador. Esa sensación que la invade cada vez que mira sobre su hombro al camina por la vereda, con el miedo de que alguien la persiguiese aflorando a cada segundo y con la sombría sensación de que algo de su vida no se estaba realizando 'correctamente'... Pero a qué se refiere con 'correcto' es algo que hasta hoy me pregunto. Caminaba por la calle como si aquélla fuera la última caminata que podría disfrutar junto a su soledad, tan sólo caminaba, acechando a su alrededor para cerciorarse que nadie la estuviera acechando a ella. Hacía un par de días que no hablaba, preocupándose sólo por hacer lo 'correcto', tal era su preocupación que no sólo no hacía bien las cosas sino que no disfrutaba de hacerlas. Ya me daba pena verla vivir así sus locos años de adolescencia... Era para mi imposible ayudarla, ni siquiera quería hablar conmigo.

Todos los días, sin embargo, era la misma rutina. Caminaba al trabajo, viajaba a la facultad, llegaba a su casa y no hacía más que estudiar, leer los libros que le pedían, comer y dormir a tiempo. Nada de Internet, ni de celulares ni mucho menos de teléfono. Veía como su vida de a poco se iba reduciendo a nada, escondiéndose tras el estudio, creía que todo era tan natural que incluso había abandonado las cosas que la hacían feliz. La última vez que la visité (y debo decir que por motus propio, y si la madre no me hubiera abierto la puerta, ella no lo habría hecho) el polvo en su cuarto se hallaba concentrado en el mismo rincón, aquel en el que ella guardaba su guitarra, su atril, sus pinturas y su cuaderno 'de inspiración' el que ocultaba de todos, no dejaba que nadie siquiera posara sus ojos sobre aquél preciado tesoro. Eran sus ojos los que venían adjuntos a las ojeras, ya que su cara estaba tan pálida como engrudo y encorvada sobre su ombligo. Era una imagen que nunca hubiera cuadrado con ella. Limpié el polvo de las cosas que una vez amó, intentando que volviera a refugiarse en algo al menos.

No tengo ganas de escribir, me susurraba, no tengo ganas de aprender nuevas canciones, sollozaba. Ya no. En aquél momento de su vida sentía como todo lo que sea que hiciera, iba a estar equivocado, mal, con errores. Hasta llegó a decirme que cómo podía ser que en la vida no existiera un 'ctrl Z' o un 'backspace' o algo para retroceder en el tiempo; no podía entender como podía seguir arrepintiéndose de cosas de su vida. Ella que siempre pensó como yo, y nunca se arrepintió de nada de lo que hiciera, no miraba atrás (no más de lo necesario, vio) puesto que hacerlo siempre era lastimoso, salvo cuando en verdad le ofreciera respuestas. Incluso hablé con su mascota, quien siempre pensó igual que yo. Nada encajaba ya con su verdadero yo pero tampoco nadie podía hacerla entrar en sí. Todo lo que dijéramos nosotros, todo lo que dijera la gente que se presentaba ante ella con ganas de ofrecerle un brazo amigo del cual tomarse para huir de aquel precipicio del que estaba por caer terminaba rechazado de una forma tal que imposibilitaba cualquier acción psicopateadora para al menos convencerla de ir a hacer las compras del día.

Vacío. Eso era lo que yo veía reflejado en ella, un asqueroso y vertiginoso vacío que no llenaba ni con sol ni con luna. 'Ayuda' gritaba su cara, pero nadie contestaba el llamado, nadie se atrevía ya a responderle. La abandonaban, hundiéndose en una depresión típica de las películas amorosas de Hollywood. Caída libre rodando hacia atrás en un infinito vaivén producido por la sensación de estar sumergida en una piscina sin fin. No podía llorar, no podía reír y ni hablemos de la falsa sonrisa para intentar hacer pasar los días con mayor rapidez. Nada funcionaba con ella, era la excepción de todas las reglas del universo, y muy orgullosa de serlo.

De pronto, agarro a Patchi por el mango y la depositó en su regazo; tocó de sol a sol, sin escalas en do y ni la, sin parar. No sabía que hacía, pero podía observar como eso ya no importaba, dejando a un costado la concepción de 'perfección' que tenía acerca de su vida para poder dedicarse a disfrutarla, disfrutarla como si de verdad aquella fuer la última noche en que bailaría al tempo de la luna y el sol de la mañana siguiente fuera el primero que cegaba sus ojos, privándola de ver alrededor.

Hasta que se dio cuenta! Por lo menos ahora yo le devolvía otra imagen desde este lado, su reflejo al menos parecía menos falso y deprimente que antes. Desde entonces, no me permití decepcionarla yo, ya que había abandonado sus obsesiones, tenía que ponerme firme del otro lado, así al menos compensaba el déficit. No obstante, sensación de miedo, terror y erratas seguía invadiéndola del otro lado. Magia no hago, pero al parecer ayuda verse con amor de vez en cuando al espejo, eh?

3 comentarios:

  1. me encanta shiru!, lo leo y al toque me lo imagino, q lindo!, me gusta tu estilo para escribir.


    Pau

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  2. es GENIAL. me pasa lo mismo que a pau, también me lo imagino al toque que lo escribís, y que feo que sienta identificada en eso a gente que conozco, aunque sea en pedacitos, y no en su totalidad.
    excelente como escribis, seguí escribiendo mucho que te quiero leer a diario JAJA.

    flopa

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  3. aayyy ternurass :D
    acabo de verlos, que lindas que sonn :)
    hace muhco k no escribo, pero prometo volver a las andanzas :D asi satisfago sus ganas =)=) (y lkas mias xD9

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strawberrys