domingo, 3 de mayo de 2009

Everybody's changing

Ding, dong... Ding dong. Y otra vez, como todas las tardes, el reloj de péndulo que enmarcaba la pared del living dio las cuatro. Comenzó a mecerse, como cada tarde, en su silla, para adelante y para atrás, para adelante y para atrás, en un incesante vaivén. Tomó las agujas de tejer, como de costumbre, para continuar con aquél interminable suéter anaranjado que venía posponiendo desde hacía ya más de dos años.

Entre suspiros, y observando la tenue luz que entraba por la ventana, sacó el ovillo de lana -casi sin usar- de una bolsa de cartón marrón oscuro. Yo empecé, como cada tarde, a jugar con él, pero ya nada era igual. Había algo en el aire de aquella tarde que ya no olía como antes.

Sus ojos a través de los vidrios de sus anteojos, redondos como dos lunas llenas, se veían cansados, diciendo que ya habían tenido suficiente, pero yo, que la conocía como el alba conoce al sol, supe distinguir que detrás de esa imagen de mujer cansada se encontraba una llama ardiente, que se encendía más y más cada vez que miraba la resolana que entraba a través de la ventana. Entre suspiros y lamentos continuó, ya sin ganas, el suéter que, de haber llegado a los 50, hubiera sido el regalo perfecto para su hijo menor, muerto hacía dos años. Cuando yo pensaba en esto, ella, al instante, quebraba en un mar de lágrimas, como si pudiera leer mi mente. Intentó comunicarse con su bisnieta, como cada tarde hacía varios años, pero, valga la redundancia, como cada tarde no se encontraba... Había salido, con las amigas... con el novio...

María solo estaba buscando una tarde distinta, una tarde de juegos, donde ella pudiera divertirse, como solía hacer cuando todavía vivía su hijo... Pero ya no... Era tarde para todo eso, incluso para ponerse a cocinar... Sus lagrimosos ojos me miraron una vez más, me acarició con ternura, como ella sola sabía hacer... Por un pequeño instante sentí que aquellas tardes volvían a ser normales. Pero al instante siguiente, suspiró una vez más, y mientras recostaba su cabeza con aquella flamante cabellera rubia me susurró 'ven, vamos a jugar...'. Y comenzó a lanzarme el anaranjado ovillo de lana. ¡Había vuelto! Estaba tan feliz que era imposible de entender...

Aquella noche dormimos juntos, me abrazaba con ternura... Me acariciaba con dulzura, como siempre...

Pero Dios maldiga los repentinos cambios... A la mañana siguiente María, MI María ya no respiraba, ya no tarareaba sus dulces melodías, ya no... Ya no vivía... Esa tarde sí que no fue igual. Me senté en su silla, con mi ovillo de lana, a llorarla como ella merecía... Y desde entonces, cada tarde que el péndulo anunciaba las cuatro, una lágrima negra se asomaba y un maullido la llenaba de tristeza...

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strawberrys